Granja escuela de líderes fallidos
Las tres lecciones que deja el escándalo de Noelia Núñez sobre cómo se fabrican —y se estrellan— las nuevas caras de la política española
Estos últimos días el Partido Popular ha sufrido un nuevo revés mediático y político. Ha perdido a una de sus figuras emergentes: Noelia Núñez, hasta ahora diputada en la Asamblea de Madrid, líder de la oposición en Fuenlabrada y flamante vicesecretaria general de Movilización y Reto Digital. A sus 33 años, Núñez representaba un perfil clave: joven, mujer, activa en TikTok, con lenguaje adaptado al ecosistema digital y una presencia constante en televisión. A todo ello se sumaba una estética moderna, lejana al barrio de Salamanca y acorde a una nuvega generación conservadora que emula la lína de Isabel Díaz Ayuso. Su objetivo era claro: modernizar la imagen del PP y competir con Vox en el segmento joven del electorado, donde la ultraderecha ha logrado consolidarse con datos muy superiores a los del PP.
Todo ese proyecto ha estallado por los aires tras descubrirse que Núñez falseó su currículum, incluyendo títulos inexistentes en los portales institucionales. El escándalo va más allá del error individual: pone en cuestión las estrategias del PP para seleccionar a sus nuevos cuadros y, en último término, la credibilidad de su narrativa regeneradora, pese a que la han dimitido con urgencia.
Titulitis: una trampa autoinducida
El caso de Núñez vuelve a poner en primer plano un mal endémico de la política española: la obsesión por la titulitis. La educación superior, que para generaciones anteriores supuso un ascensor social, se ha convertido hoy en un símbolo de estatus, especialmente entre sectores acomodados que la usan como coartada de prestigio, no necesariamente como garantía de formación.
Núñez llegó a atribuirse un doble grado en Derecho y Ciencias Jurídicas de las Administraciones Públicas por la UNED que, directamente, no existe como tal. Son dos titulaciones distintas, que pueden combinarse, pero no fusionarse. ¿Qué hay detrás de este desliz? Probablemente, la presión por acreditar una competencia académica que supliera la falta de trayectoria profesional más allá de la militancia partidista.
El fenómeno no es nuevo ni exclusivo. Muchos perfiles políticos que han hecho carrera desde las juventudes de partido sienten la necesidad de engordar su currículum: no tienen profesión a la que volver, y necesitan legitimar su valía con credenciales formales. En ese contexto, la expansión de universidades privadas de baja exigencia (muchas de ellas impulsadas durante gobiernos del PP) ofrece un atajo tentador y peligroso. En el caso de Núñez, más que buscar un título en estas, figuraba como profesora en un centro con sesgo ideológico afín que solo ofrece títulos válidos en Guatemala.
De promesas a juguetes rotos
Núñez no es un caso aislado. El PP acumula ya un historial de jóvenes promesas que han naufragado antes de consolidarse. Un par de ejemplos:
Nacho Uriarte, expresidente de Nuevas Generaciones, protagonizó un accidente de tráfico en 2010 con una tasa de alcohol el doble de la permitida... mientras formaba parte de la Comisión de Seguridad Vial. Solo dimitió de ese cargo, fue reelegido diputado en 2011 y, posteriormente, recuperado por Feijóo en 2023 como asesor.
Ángel Carromero, figura destacada del PP madrileño, fue condenado en Cuba tras un accidente mortal en el que fallecieron los opositores Oswaldo Payá y Harold Cepero. Años después, fue ascendido a director general del Ayuntamiento de Madrid con un sueldo cercano a los 90.000€ anuales. Dimitió tras verse implicado en el caso de espionaje a Isabel Díaz Ayuso.
El patrón se repite: trayectorias aceleradas, formación política sin contrastar en lo profesional, falta de cultura del mérito y lógica endogámica. Cuando fallan los filtros de entrada y los mecanismos de exigencia, el resultado es este: biografías frágiles, vulnerables al mínimo escrutinio público.
¿Y ahora qué? El trampolín televisivo
En otro momento habría supuesto el fin. Hoy no. La televisión tertuliana ha sustituido a la política como espacio de proyección para las figuras caídas. Si hace escasos días hablábamos del tangentópolis del PP, este no se puede entender sin el ecosistema televisivo berlusconiano: del poder al plató sin solución de continuidad.
Todo apunta a que Noelia Núñez seguirá los pasos de Cifuentes o Susana Díaz, incorporándose al espectáculo televisivo de Mediaset, donde el foco no está en el análisis, sino en el morbo, la exposición y el show mediático. La política convertida en espectáculo, donde la caída es solo el primer capítulo de una nueva narrativa personal.
Claves de fondo: ¿quién selecciona a los líderes?
Queda para otro análisis el problema estructural de los partidos políticos a la hora de construir élites solventes. Los partidos tienen dificultades para atraer a figuras jóvenes que cuenten con experiencia profesional y proyectos vitales más allá del partido.
Los propios mecanismos de funcionamiento interno contribuyen a este fenómeno. Lejos de abrirse a nuevos talentos o ideas, muchos partidos mantienen estructuras de participación anacrónicas, con dinámicas que exigen tiempos militantes desproporcionados, poca transparencia en los procesos de ascenso y lógicas de afinidad personal o lealtad orgánica por encima de la preparación.
En este contexto, Noelia Núñez no es solo una excepción fallida, sino un síntoma. Un modelo que favorece el ascenso rápido de perfiles frágiles, sin filtros ni exigencias, y donde la rendición de cuentas apenas existe. Su caída pone el foco sobre algo más profundo: la debilidad de un sistema de reclutamiento político que no selecciona a los mejores, sino a los más disponibles y afines.
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