Cómo Sanguijuelas del Guadiana revela el giro de España hacia las identidades locales
En una España que ha bajado el volumen al conflicto territorial, la identidad local emerge como nuevo relato de pertenencia, y el grupo extremeño se convierten en la banda sonora de ese regreso
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En España se está produciendo un fenómeno discreto pero profundo: mientras la política ha aminorado el estruendo territorial y la plurinacionalidad (ya sin la épica del procés, sin la emocionalidad de los grandes choques autonómicos), la sociedad está girando la mirada hacia algo mucho más pequeño, casi microscópico: la identidad local. Los debates sobre financiación, amnistía o competencias persisten, pero ya no marcan el pulso vital del país. Se han vuelto institucionales, previsibles, casi rutinarios. Y, sin embargo, justo cuando el tono institucional se enfría, la cultura se recalienta en torno a lo que parecía más periférico: el pueblo, la comarca, el origen concreto de cada cual.
Es una paradoja llamativa: cuanto menos ruido político hacen los territorios, más fuerte resuenan culturalmente. Y es ahí donde emergen Sanguijuelas del Guadiana, no como excepción, sino como símbolo.
La explosión cultural de las identidades locales
En la última década, España vive una efervescencia inesperada: lo local ha dejado de ser decoración para convertirse en relato. Primero apareció políticamente, con la irrupción de Teruel Existe, Soria ¡Ya!, el proyecto de España Vaciada o el renovado impulso de la Unión del Pueblo Leonés. Aquella ola electoral no llegó a consolidarse del todo, pero dejó algo sembrado: una conciencia nueva de que el territorio inmediato, no el abstracto, sí importa.
Esa semilla ha brotado sobre todo en la cultura. En Galicia, Tanxugueiras transformaron la música tradicional en un fenómeno pop; en Asturias, Rodrigo Cuevas convirtió el folclore tradicional en performance contemporánea; en Castilla y León, La M.O.D.A. ha hecho de la periferia un lugar épico; en Granada, La Plazuela electrifica el costumbrismo andaluz; en Cataluña, Oques Grasses o Maria Arnal han consolidado nuevas formas de identidad sonora; en Valencia, Zoo devolvió centralidad lingüística, rítmica y simbólica a lo valenciano.
Cada territorio aporta una voz distinta, pero todas entonan una misma melodía: volver a mirar hacia dentro, pero sin aislarse del mundo. Y en esa coral aparece la voz inesperada de Extremadura.
Sanguijuelas del Guadiana: un espejo en el que se refleja el país
Que un grupo salido de un pueblo de 1.200 habitantes en Badajoz (Casas de Don Pedro) haya dado un salto enorme este año dice mucho del momento que atraviesa España. Pero lo decisivo no es su éxito, sino la historia que cuentan: grabaron su disco en casa, literalmente; cantan al derecho de vivir donde naces, a la decisión (radical en estos tiempos) de quedarse; reivindican el pueblo como un lugar donde no solo se recuerda la infancia, sino donde también puede construirse una vida adulta.
No hay épica artificial: hay una claridad que desarma. Sus canciones transmiten la idea de que el arraigo puede ser también contemporáneo, que la pertenencia no es un lastre sino una brújula, que volver no es fracaso sino horizonte. Y eso conecta con algo profundo: una generación entera que siente que las ciudades se han vuelto prohibitivas (en parte, gracias a los precios prohibitivos de la vivienda), que la movilidad permanente agota, que la identidad global es cómoda pero vacía, y que lo local ofrece, al menos simbólicamente, un lugar donde respirar.
Sanguijuelas del Guadiana no predican: relatan. Y justamente por eso se ha vuelto significativo.
La búsqueda de pertenencia en tiempos de desafección
Este retorno de lo local no es un capricho estético; es una respuesta emocional a un clima de desafección política e institucional que se ha extendido en los últimos años. Cuando la política deja de ofrecer grandes relatos de futuro, la gente empieza a buscarlos en su entorno inmediato. Cuando las instituciones se perciben lejanas, el territorio cercano recupera valor. Cuando las identidades nacionales y autonómicas pierden temperatura, emergen microidentidades que no dependen del BOE, ni del Parlament, ni de un estatuto: dependen del lugar donde uno se siente alguien.
En ese vacío simbólico, lo local se convierte en hogar, refugio y relato. Y lo que no cristalizó a nivel electoral sí ha encontrado cauce cultural. La España vaciada no se convirtió en un bloque político, pero se ha convertido en una sensibilidad que recorre el país. Sanguijuelas cantan desde Extremadura, pero quien los escucha lo hace pensando en su propio rincón del mapa.
La dimensión política de lo que parece solo música
Que todo esto ocurra en el terreno de la cultura o la música no lo vuelve menos político; al contrario, lo vuelve más revelador. La cultura está contando lo que la política ya no sabe nombrar. En este nuevo ciclo, la identidad no se articula en términos de Estado ni de autonomía, sino en términos de comunidad vivida: dónde creciste, dónde puedes vivir, a qué lugar le das sentido.
Sanguijuelas del Guadiana es, así, la banda sonora de un país que se está repensando desde abajo. No hay tensión territorial, no hay ruptura, no hay bandera; hay algo más íntimo: la intuición de que en lo pequeño puede haber futuro. Una España que ya no necesita confrontar territorios para definirse, sino que empieza a contarse desde la tierra que pisa.
El país que se reconoce en lo que canta
El fenómeno de Sanguijuelas del Guadiana no sería tan revelador si no coincidiera con un momento en que miles de personas empiezan a hacerse la misma pregunta: ¿dónde quiero vivir? Y la respuesta, sorprendentemente, está dejando de ser automática. La identidad local, durante años relegada a lo folclórico, vuelve ahora como proyecto vital.
Por eso esta banda funciona como espejo. Porque mientras ellos cantan a su pueblo, el país entero escucha intentando recordar el suyo. Porque su música no reconstruye un pasado idealizado: reconoce un presente posible. Y porque, sin proponérselo, han captado el pulso de una España que ha soltado el conflicto territorial para abrazar una forma más serena, más concreta y más auténtica de pertenencia.
En tiempos de incertidumbre, el país baja el volumen a la política y sube el de las canciones. Y en esas canciones, lo que resuena no es la nación ni la autonomía: es el lugar al que uno vuelve cuando necesita saber quién es.



